SAN JOSÉ CON EL NIÑO JESUS DE LA MANO

Un magnifico conjunto escultórico para la orden de la Merced Descalza

Artículo publicado por la revista La Merced – Caminos de Liberación. nº201 – Mario Alonso Aguado

SAN JOSÉ CON EL NIÑO JESUS DE LA MANO

El pasado 8 de diciembre el Papa Francisco firmaba su Carta Apostólica Patris Corde (Con Corazón de Padre), se cumplían ciento cincuenta años desde que el Beato Pío IX declarase a San José Patrono de la Iglesia Universal. Con tal motivo, el Papa actual estable- ció que se celebre un Año especial dedicado a San José, año que culmina- rá el 8 de diciembre de 2021. La figura de San José, a quien San Juan Pablo II presentó como Custodio del Reden- tor, es determinante en la Historia de la Salvación, no olvidemos que los cuatro evangelios se refieren a Jesús como El Hijo de José.

Esta circunstancia, del Año de San José, nos da pie a presentar una talla de este santo, sobresaliente tanto en su hechura como en su autoría, no en vano la talla se debe a la gubia del gran escultor Juan de Mesa y Velasco, sin duda, el mejor discípulo que tuvo Juan Martínez Montañés. La obra, encarga- da y conservada en el antiguo conven- to de mercedarios descalzos de Fuen- tes de Andalucía (Sevilla), se enmarca en el barroco español y sigue los postu- lados emanados del Concilio de Trento (1545-1563). Hasta hace cinco siglos, la figura de San José, apenas tuvo pre- sencia para fortalecer el misterio de la Encarnación. En el arte, especialmente en la pintura, aparecía formando parte de la Sagrada Familia, caracterizado como un anciano más bien torpe, en un segundo plano, alejado de todo prota- gonismo, muchas veces dormido, sin tener relevancia alguna en la escena. Esa vejez acentuada, con la que le representaban los artistas, ponía en evidencia que no podía haber sido el padre carnal de Jesús. Con Trento, este tipo de representaciones cambia- ron radicalmente y tomaron un nuevo rumbo. En los siglos XVI y XVII, la apa- riencia de San José irá rejuveneciéndo- se paulatinamente, representado revestido de manto marrón y con la característica vara florida, de almendro, de azucena o de lirio, identificándole como “hombre justo”, al tiempo que la vara evidenciaba su pureza y castidad, y ponía de manifiesto su triunfo sobre el resto de pretendientes que tuvo María.

Este San José con el Niño Jesús de la mano es todo un reflejo de la espiritualidad de la Iglesia de su época

El Concilio de Trento trajo consigo grandes reformas en el seno de la Igle- sia, afectando también a las Órdenes religiosas. En sus filas, algunos de sus miembros querían volver a la fuente de sus orígenes, alejándose de todo aque- llo que entorpecía la vivencia de la vida comunitaria y el cumplimiento de los votos religiosos prescritos en sus reglas y constituciones. En la Orden del Car- melo sobresalió la gran figura de una destacada religiosa, mujer adelantada a su tiempo: Teresa de Jesús, la santa reformadora, fundadora de los conven- tos de descalzas, y ferviente devota de San José y propagadora de su figura. Ella llegó a escribir: “Tomé por abogado y protector al glorioso San José […] de este santo tengo experiencia que soco-rre en todas las necesidades, y es que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre, y le podía mandar, así en el cielo hace cuánto le pide. Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios”.

La Orden de la Merced, influenciada por los carmelitas, también hizo su pro- pia reforma interna en 1603 con el Venerable Fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento a la cabeza. Los nuevos mercedarios descalzos o recoletos heredaron ese espíritu de austeridad y ascesis propias de la refor- ma tridentina, manifestando una espiri- tualidad eminentemente cristológica y mariológica en la que también San José ocupaba un lugar relevante. El santo esposo de María fue titular de algunos de los principales templos de la reforma mercedaria, además del de Fuentes, valgan como ejemplo los con- ventos fundados en grandes ciudades como Sevilla o Valladolid; también pre- sidió capillas propias al interior de los templos, lo mismo que retablos u hor- nacinas de fachadas al exterior.

La historia mercedaria nos dice que el convento de San José, de religiosos mercedarios descalzos de Fuentes de Andalucía, fue fundado el 14 de agosto del año 1607, previamente se habían personado en el pueblo cuatro frailes, tres de ellos sacerdotes: Fray Luis de Jesús María, Fray Miguel de las Lla- gas y Fray Alonso de la Concepción, a los que se sumó un cuarto que era hermano: Fray Cosme. Los inicios no debieron ser nada fáciles, mucha pobreza, adversidades diversas, rentas insuficientes… con el tiempo se fueron solventando varios de estos contra- tiempos. En el año 1610, el comenda- dor Fray Alonso de la Concepción –de Cárdenas en el siglo– inicia la construcción del templo, edificación que se prolonga en el tiempo y que sería remodelada en el siglo XVIII. Fray Alonso, natural de Fuente de Cantos, el pueblo extremeño del genial pintor Francisco de Zurbarán, era un religio- so bien formado y afamado predicador, fue un personaje clave en la fundación de este nuevo convento. Era conocido popularmente como El Padre de los anteojos, por llevarlos casi siempre elegantemente puestos.

Gracias a Francis J. González, historiador local de Fuentes de Andalucía, conocemos los pormenores de la talla de San José. Por fortuna, el Archivo Histórico Provincial de Sevilla, sección de Protocolos Notariales, conserva el documento del encargo de la talla por parte del comendador Fray Alonso de la Concepción, en 1615, por el coste de setenta ducados, es la primera obra documentada de Juan de Mesa. Afirma el escultor: “me obrigo de haser un san Josefe con un niño Jesus de la mano de escultura de madera de cedro que a de tener el santo siete quartas y media de alto y el niño Jesus una vara de largo poco más o menos lo que hubiere menester confforme a la buena correspondencia encima de una peana […] y el niño ambos en una peana”. La talla fue encargada sin estofar ni encar- nar, algo que se llevaría a cabo en el siglo XVIII.

Las obras del palacio, en este caso del templo, van despacio. Hasta el año 1760 no se culmina el retablo mayor del templo, obra del maestro Martín de Toledo. Las esculturas de San José y el Niño fueron ubicadas en el ático, la parte más alta del retablo. El historia- dor Francis J. González nos aclara que las imágenes permanecieron allí hasta 1947, año en el que pasan a ocu- par la hornacina principal, en calidad de titulares y patronos. En el hueco que dejaron instalaron una Virgen de la Merced Comendadora. Quiso la mala fortuna que, en 1997, gran parte de la techumbre y la bóveda del convento de

Fuentes se vinieran abajo por su mal estado de conservación y falta de obras de mantenimiento. La Virgen de la Merced Comendadora quedó seria- mente dañada, no así San José y el Niño que afortunadamente pudieron salvarse. Con todo, el paso del tiempo y algunas desafortunadas restauracio- nes llevadas a cabo de forma precipita- da en el pasado siglo XX habían aleja- do a las imágenes de su esplendor pri- migenio. De ahí que, en el 2001 fueron restauradas y estudiadas con gran pro- fesionalidad y acierto.

Años más tarde, con motivo de cumplirse el IV centenario de la hechu- ra de las imágenes, en 2015, se montó en Fuentes y una exposición conme- morativa y explicativa que vino a poner en valor estas imágenes y a sacarlas de su secular anonimato. Bajo el título “La Encarnación del Patriarca” se tuvo una oportunidad única para gozar de la visión de esta magnífica obra de Juan de Mesa, apodado por algunos histo- riadores del arte como El Escultor de Dios.

Sin duda, este San José con el Niño Jesús de la mano, iconografía conoci- da también como San José Itinerante o Guiador del Niño, es todo un reflejo de la espiritualidad de la Iglesia de su época y del tipo de imaginería reinante en aquel momento histórico. Manifiesta visiblemente el valor catequético y la fuerza evangelizadora de la belleza que desprenden estas imágenes, remi- tentes y referentes a lo divino. Los mer- cedarios descalzos tuvieron muy pre- sente todo esto, todo lo dispuesto por el Concilio de Trento con relación a las imágenes, las reliquias y los dogmas; y lo referente a su culto y veneración, así lo ponen de relieves los diversos encargos de imágenes, pinturas, gra- bados y otros ornatos litúrgicos que hacían para sus conventos, todos ellos revestidos de unción y recreados con una perfección sublime que trasciende en defensa del catolicismo frente al protestantismo emergente.

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