Santa María de Cervellón, presidiendo la entrada

La entrada en este templo mercedario está presidida, sobre la puerta de entrada, por la espléndida imagen de la Patrona-Titular, «Santa María de Cervellón». Es una realización en gres, resistente a las temperaturas y climas del exterior, obra del artista gallego Chema Dapena y el cubano Alfredo R. Vázquez. Su tamaño es el de una mujer normal. Su expresividad revela la obra ceradora de dos grandes artistas, trabajando en perfecta sintonía. Sobre el cemento visto, sobrio y austero, destaca, brillantemente, esta bella efigie de Santa María de Cervellón, protectora en los mayores peligros de la existencia en este mar proceloso en el que transcurre nuestro quehacer, humano y religioso. Como antaño -según la tradición- salvó del naufragio a redentores y remidimos, hoy intercede por nosotros.


Pila Bautismal y Mural del Baptisterio

El artista cubano Alfredo G. Vázquez -que realizó el Árbol de la Vida, para el Sagrario, la Cenefa de los pecados capitales bajo la vidriera central, y ,con el gallego Chema Dapena, Santa María de Cervellón, para la fachada exterior del templo- decoró, finalmente, el muro frontal del baptisterio con una obra magistral: Tres grandes círculos concéntricos -símbolo de la Trinidad, en cuyo nombre se recibe el bautismo-, rodeados por doce llamitas -que simbolizan el fuego del Espíritu Santo sobre los doce apóstoles, y sobre cada bautizado—, y en el centro el rostro, por el que se desliza el agua, símbolo del ser humano renacido por el agua y el espíritu.
Sólo abrir ambas puertas -la exterior, de hierro oxidado, y la interior, de madera, con un espacio acogedor en medio-, nuestra mirada se encuentra enfrente de la pila bautismal y el mural del baptisterio, donde «renacemos a la vida de Cristo», donde por vez primera, somos liberados del pecado y sus consecuencias. Entrar en la iglesia es, en un sentido teológico y vital, ser bautizado: ¡nuestro acceso a la iglesia material nos ofrece, en este caso, la imagen que nos lleva a rememorar nuestro propio bautismo, por el que fuimos hechos libres, hijos de Dios, por el agua y el Espíritu vivificante!
La obra está realizada en gres, impermeable y refractario, al igual que la Patrona de la fachada, y se conjuga a perfección con la base tricircular de la pila bautismal, logrando significar que lo que se realiza a nivel del suelo se proyecta en el ángulo ascendente del muro frontal: ¡La gracia eleva al recién bautizado a un plano superior, el de Hijo del Dios, uno y trino! Agua y fuego están conjuntados para purificar y transfigurar al ser humano creyente.
Mural de la Miseria Humana


Es como una especie de friso, centrado en el muro, que lo recorre de parte a parte, desde la puerta de entrada hasta el baptisterio. El artista (el escultor José Luis Sánchez) creó un conjunto evocador del camino de la muerte de Cristo, unificado por las pisadas, símbolos sugerentes de cada «estación del Vía crucis», cuyo nombre aparece en cada una. Es un «vaciado» sobre cemento, color metal o purpurina: con estos elementos sencillos ha logrado una obra impresionante.
El Sagrario y el Árbol de la Vida

El Sagrario está centrado en el «Árbol de la Vida», obra de Alfredo, un cubano. Tiene todo el colorido iberoamericano, caribeño. El árbol acoge a San Pedro Nolasco como liberador -rompiendo las cadenas- y como redentor -en su barca «rota», que no náufraga- y a Santa María de Cervellón. Existen indianos, familias aborígenes del caribe, del altiplano peruano y de Bolivia; pájaros vistosos, estrellas, angelotes; y, en la cima, el escudo mercedario. Cada hoja lleva el nombre de una casa mercedaria, vicaría, o provincia de América, creadas por nuestra Provincia Mercedaria de Castilla, histórica y actualmente. Es un homenaje a la Orden de la Merced en Iberoamérica. Todo está en función del Sagrario, presencia eucarística permanente; y del Altar, lugar del sacrificio Eucarístico.
Vidriera Central y Cristo Redentor

El Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, envuelto en claridad, transfigurado, es nuestro liberador. En Él está nuestra esperanza. Él nos salva del caos mortal, de toda negatividad, fruto de la malicia humana, del libertinaje deshumanizador, de la ceguedad ambiental, de la confabulación que parece orientarnos hacia la destrucción. Todos los «monstruos» amenazantes quedan exorcizados ante el Señor de la Vida. El artista diseñador de la gran vidriera central ha logrado ofrecernos al Resucitado, que libera de todo cautiverio -a toda raza, pueblo y etnia-, y asciende rodeado de símbolos de vida: pájaros puros, blanquísimos, y rojas flores, exultantes de gozo; ¡la misma Naturaleza ha quedado restaurada, como símbolo de la gran redención universal que el Hijo del Hombre realizó -una vez por todas-, haciendo que «donde abundó el pecado sobreabundase la gracia»!
La Santa Cena

En la parte derecha de la iglesia, hay un par de capillas, correlativas, aunque distintas: la de la «reconciliación» o penitencial«, con su Santa Cena, vidriera moderna, con cristal duro, macizo y cemento, en figuras geométricas. Cristo cena, por última vez -en este mundo- con sus discípulos: Es la Cena judía y la Cena del Señor, por Él instituida. Comen todos y beben. Quedan reconfortados. Jesús, sin embargo, se siente solo, en soledad que ninguno puede compartir. Se «entrega» sacramentalmente, como lo hará al día siguiente, el Viernes Santo, de forma cruenta, sobre la cruz. Cena del Señor y muerte redentora forman una unidad profundamente transformadora. Por eso está bien que, al ir a pedir perdón de nuestras culpas, sacramentalmente, tengamos presente la Cena del Señor con sus discípulos: ¡Sólo el Amor es capaz de perdonar!
Techumbre, a modo de barca salvadora de la Iglesia

La techumbre de nuestra Iglesia, confeccionada con madera, le da un aire de calidez y acogida a través de la imagen de una barca invertida.
Desde antiguo la Iglesia ha sido representada como una nave, ya en el arte medieval, en ciertas pinturas y grabados, aparece tripulada por el apóstol San Pedro.
En este templo se le añade un nuevo matiz: es la barca de los religiosos mercedarios que, desde el puerto de Barcelona, surcaba el mar mediterráneo hasta las costas norteafricanas para llegar a redimir a los cautivos cristianos que yacían en las mazmorras.
Se estable así un parragón: la nave de San Pedro Apóstol, fundador de la Iglesia, y la nave de San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced. Esta última nave es la que porta Santa María de Cervellón en una de sus manos, ya que ella era auxilio y socorro para los redimidos y redentores que volvían por barco hasta la península y que, en ocasiones, debían hacer frente a las inclemencias del tiempo y soportar las grandes olas de un mar embravecido y lleno de peligros.
Esta simbología de la barca se complementa en la aberturas escalonadas de los respaldos de los bancos del tempo, simulando el lugar donde se situaban los remos, instrumento de madera y de proporciones largas, terminado en forma de pala, que tenía como finalidad impulsar las embarcaciones haciendo fuerza, con él, en el agua.