LLAMADOS A VIVIR ESTE AMOR

La capacidad de transformación de la Eucaristía es inagotable.

Por ello no podemos acostumbrarnos a la Eucaristía y caer en la rutina.

Siempre conlleva la posibilidad de un crecimiento en el amor de Dios.

Es el alimento que no se acaba, la maravilla que no deja de sorprender, el amor del que se ha entregado sin reservas y que se nos da sin medida para que nos dejemos transformar del todo.

Señaló el papa Francisco:

«Es el Señor, que no pide nada, sino que entrega todo. Para celebrar y vivir la Eucaristía, también nosotros estamos llamados a vivir este amor».

La adoración es el amor agradecido.

Reconocemos que en Jesús está nuestro Dios y Redentor.

La alabanza del corazón se prolonga en el amor sincero al prójimo.

Cuando Jesús es acogido en nuestro corazón, nos impulsa.

El mismo amor que lo mantiene presente en el sacramento nos mueve a llevarlo a los demás.

Con nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra com pasión… con su gracia.

TRES PERSONAS – SOLO AMOR

“Dios es Creador y Padre misericordioso;

es Hijo unigénito,

eterna Sabiduría encarnada,

muerto y resucitado por nosotros; y,

por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final.

Tres Personas que son un solo Dios,
porque el Padre es amor,
el Hijo es amor y el Espíritu es amor.

Dios es todo amor y solo amor, amor purísimo, infinito y eterno.

No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente”

Arrastrados por el Espíritu Santo

El día de Pentecostés, el Espíritu Santo bajó sobre los apóstoles.

Hubo un viento fuerte y aparecieron unas lenguas de fuego que se posaron sobre ellos.

El caso es que pasaron de estar encerrados por miedo a salir a predicar.

Fueron como arrastrados por el Espíritu Santo, que les concedió valentía y elocuencia.

Pero también ellos pudieron observar la acción del Espíritu Santo en los que escuchaban, pues, siendo de diferentes procedencias, cada uno los oía hablar en su propia lengua.

Desde entonces, la Iglesia ha vivido en el asombro y la alabanza