La capacidad de transformación de la Eucaristía es inagotable.
Por ello no podemos acostumbrarnos a la Eucaristía y caer en la rutina.
Siempre conlleva la posibilidad de un crecimiento en el amor de Dios.
Es el alimento que no se acaba, la maravilla que no deja de sorprender, el amor del que se ha entregado sin reservas y que se nos da sin medida para que nos dejemos transformar del todo.
Señaló el papa Francisco:
«Es el Señor, que no pide nada, sino que entrega todo. Para celebrar y vivir la Eucaristía, también nosotros estamos llamados a vivir este amor».
La adoración es el amor agradecido.
Reconocemos que en Jesús está nuestro Dios y Redentor.
La alabanza del corazón se prolonga en el amor sincero al prójimo.
Cuando Jesús es acogido en nuestro corazón, nos impulsa.
El mismo amor que lo mantiene presente en el sacramento nos mueve a llevarlo a los demás.
Con nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra com pasión… con su gracia.
