DÉJATE SORPRENDER

Forma parte del misterio de Diosque haya querido mostrarse cercano y vulnerable.

En la escena del Evangelio, son sus conciudadanos, desde la trinchera de su autosuficiencias y escepticismo, quienes rechazan a Jesús con una bien pertrechada batería de preguntas: hasta cinco.

El asombro del primer momento cede al prejuicio. Jesús, que había iniciado su ministerio lejos de Nazaret, regresa a su lugar de origen con un grupo de seguidores y el sábado se presenta en la sinagoga.

Quizás hubo expectación, pero ahora que lo tienen ante sus ojos se superponen do realidades:

– la del Jesús que recordaban, al que habían visto crecer y conocían bien,
– y la de quien habla con una autoridad inesperada.

Se produce ese conflicto propio de las personas que, por querer ser tan sensatas, restringen el ámbito de actuación de Dios.

Si algo se sale de los límites que han impuesto, también en temas de religión y de culto, lo rechazan como impropio.

Siempre tenemos un argumentario a punto para no ser sorprendidos.

EL AMOR DE UN PADRE FRENTE AL SUFRIMIENTO DE SUS HIJOS

EL AMOR DE UN PADRE FRENTE AL SUFRIMIENTO DE SUS HIJOS

No se nos dan a conocer los criterios por los que Dios dispensa su gracia.

Ni siquiera conocemos, más allá de algunas manifestaciones externas, su acción fecunda en el corazón de los hombres.

Podemos también considerar que cuando Jesús, en aquel instante terrible, anima a Jairo:

«no temas; basta que tengas fe»,

aquel hombre pudo apoyarse en lo que había visto.

En efecto, él había oído:

«Tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enferme dad».

Jesús habló con la hemorroísa para que lo sucedido no se confundiera con la magia ni las acciones de Dios se des ligaran de su amor a los hombres. Jesús la llamó hija, por lo que no fue una fuerza incontrolable la que la sanó, sino el amor de un verdadero padre compadecido de su sufrimiento

COMPARTIR LA TEMPESTAD

COMPARTIR LA TEMPESTAD

Jesús muestra su señorío apaciguando el viento y el mar.

Y, ya en la calma, retoma el diálogo con sus apóstoles, no donde ellos lo dejaron, sino en una nueva pregunta:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»

Vemos la diferencia. Ellos sabían del poder de Cristo, pero no vivían el abandono.

Faltaba la confianza.

Es como si recurriéramos al Señor seguros de que puede arrancarnos de todos los problemas y dificultades, pero ignoráramos el gran don que nos hace de poder estar con él.

En otros momentos, los mismos apóstoles y tantos miembros de la Iglesia compartirán de nuevo la tempestad con el Señor.

Entonces, en vez de pedir que cese la tormenta, buscarán refugio en el mismo cabezal sobre el que descansa Jesús.

La familia de los hijos de Dios

Jesus, no niega la importancia de los vínculos de la carne, pero los sitúa por debajo del orden de la gracia.

Jesús ha venido al mundo para, en obediencia al Padre, formar una nueva familia:

la de los hijos de Dios.

María, la primera, participa de ese designio y también nos ayuda a nosotros a acoger la enseñanza de su Hijo y cumplir la voluntad de Dios.