El día de Pentecostés, el Espíritu Santo bajó sobre los apóstoles.
Hubo un viento fuerte y aparecieron unas lenguas de fuego que se posaron sobre ellos.
El caso es que pasaron de estar encerrados por miedo a salir a predicar.
Fueron como arrastrados por el Espíritu Santo, que les concedió valentía y elocuencia.
Pero también ellos pudieron observar la acción del Espíritu Santo en los que escuchaban, pues, siendo de diferentes procedencias, cada uno los oía hablar en su propia lengua.
Desde entonces, la Iglesia ha vivido en el asombro y la alabanza
